DISRUPCIÓN

by • June 6, 2013 • Kulturtectura, Notas desde aquí abajoComments (0)3247

disrupcion

por

Francisco Jota-Pérez

 

En tecnología, diseño, economía y política, se define como disruptiva a la innovación que conduce a la desaparición de un producto, servicio o credo consolidado para suplantarlo progresivamente. La disrupción es un impacto que provoca, por lo general, un cambio de paradigma definitivo y sin vuelta atrás en el ámbito en el que se produce. Esta alteración brusca en la conciencia y la percepción común, sin embargo, sigue siendo la asignatura pendiente de la Cultura.

La futurología cultural hasta la fecha ha servido al mantenimiento del statu quo corporativo, basado única y exclusivamente en el provecho económico, a base de abandonarse al determinismo y minimizar (cuando no anular argumentalmente) cualquier atisbo de disrupción. Teorías como la del Ciclo de los Once, según la cual toda tendencia es sustituida por otra cada once años exactos, como si de una ley natural se tratase (la explosión del Rock n´Roll en el 1955, la del hippismo en el 66, el punk en el 77…), o la de Implementación Estética, por la que una característica estética y semiótica urbana resurge y se re-moderniza pasados dos ciclos (la moda de los años 50 recuperada en los 80, la de los 60 en los 90…), funcionaron hasta cierto punto a la hora de explicar el hecho cultural durante el siglo XX, pero también llevaron a la prospección a enquistarse en la atemporalidad, a parapetarse aterrorizada tras argumentos fatalistas y a distraer la atención global siempre que una rotura en el paradigma empezaba a apuntarse.

Lastrada, además, por el estándar de la jornada laboral de cuarenta horas semanales, la Cultura ha devenido una suerte de factor secundario a los patrones de consumo, un subproducto poco concreto de la razón de ser social que, por tanto, no parece no requerir revoluciones y cambios de rumbo bruscos.

A medida que la tecnología y las metodologías alternativas al intercambio de fuerza de trabajo han ido avanzando hasta el punto en que se produce mucho más que nunca antes en la historia, en muchísimo menos tiempo, cabría pensar que este hecho conduciría indefectiblemente a una reducción drástica de las rutinas laborales; pero la norma de las ocho horas de trabajo al día, cinco días por semana, sigue siendo demasiado provechosa para el organigrama corporativo. No por la cantidad o calidad de fuerza de trabajo que alguien pueda aportar durante esas ocho horas (prácticamente todos los estudios al respecto, como el recientemente publicado por la Universidad Brigham Young, coinciden en señalar que la media de empleados por cuenta ajena se aplica realmente a su tarea poco más de tres horas en las ocho de su jornada), sino por haberse demostrado como la mejor herramienta para generar consumidores potenciales. Acotar el tiempo libre hace que la persona gaste mucho más en comodidades superfluas y gratificaciones inmediatas, la hace más sensible a los mecanismos mercadotécnicos elementales y limita sus ambiciones al plano laboral. La Cultura ha sido relegada, de este modo, a algo intrascendente ofrecido a un grueso de población cansada y hambrienta de indulgencia, anhelante de comodidad y entretenimiento, y vagamente insatisfecha con su vida, a fin de que pueda seguir queriendo aquello que no tiene, consumiendo para tratar de obtener un algo abstracto que le falta; consumiendo para animarse, recompensarse, celebrar, arreglar, elevar el estatus aparente o aliviar el aburrimiento. De ahí que hoy se hayan instaurado como valores elementales de un producto cultural, además del monetario, el que sea “entretenido”, “útil” o, peor, “franquiciable”. De ahí que “Industria Cultural” no nos suene ya como el obsceno oxímoron que es.

El futuro de la Cultura pasará pues, por necesidad, por entender e interiorizar qué ha conducido a su devaluación como motor y poder social, como ingrediente básico de enriquecimiento en igual medida personal y común, así como por plantear y llevar a cabo disrupciones reales que la desempantanen de esa condición de residuo vital, enclaustrada en este capítulo de su narración por los mercaderes que asedian el templo del relato.

En esta época de reflote del “hazlo tú mismo” y de Excedente Cognitivo (usando la terminología de Clay Shirky), de retransmisión viral casi instantánea y descategorización de la fantasía especulativa, deberíamos reflexionar seriamente sobre cuánto sirven los índices de audiencia y los porcentajes de venta masivos a la mezquina coerción del statu quo y cómo boicotearlos y hacerles entrar en decadencia para ceder el sitio a la organización cultural en forma de pequeñas comunidades autosuficientes e hipervinculadas a conveniencia, mutuamente influenciables y en continuo cambio y crecimiento. Poseemos ya los elementos compositivos para subvertir la norma y  forzar el cambio de paradigma: bancos de tiempo con los que compensar las reducciones de jornada y las épocas de desempleo, redes sociales de variopinto signo con las que tejer un nuevo tapiz relacional y de intercambio, aplicaciones de código abierto y libre descarga con las que poder crear arte y pensamiento excéntrico, proyectos transmedia, servicios como Bandcamp para músicos que no quieran ceder a los tejemanejes de las discográficas, editores independientes a los que sólo basta recordarles su compromiso con la independencia misma, publicaciones online y offline de guerrilla y un larguísimo etcétera. Tenemos a nuestro alcance un millar de foros y formas de crear aún más de éstos, a través de los cuales exigir a artistas, pensadores y futurólogos que no se duerman en esos laureles lisérgicos de la servidumbre a un diseño social que nos priva de la idea de futuro, que dejen de tenerle miedo a la anarquía y el caos y la incertidumbre, y dejen de ceder sus armas a la perpetuación de lo mediocre para aplicarlas a la disrupción. Ahora podemos decirles que la Cultura es nuestra y les apoyamos, que la mano que les alimenta es la nuestra, y pedirles que, sin ninguna vergüenza, suelten quimeras al mundo. No sólo eso, sino también que se apliquen a una taxonomía de éstas y nos abran los portones de sus jaulas para jugar con ellas. Por favor.

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