ENCANTADO

by • July 11, 2013 • Kulturtectura, Notas desde aquí abajoComments (0)4272

Haunt

por

Francisco Jota-Pérez

 

Acuñado por Jacques Derrida a principios de los años noventa del siglo pasado y, curiosamente, incorporado de inmediato al aparato crítico de disciplinas en principio tan dispares como el psicoanálisis y la música experimental, el intraducible vocablo “Hauntología” refiere a la idea de que el presente cultural es continuamente acosado, perseguido y encantado por un pasado idealizado, por una utópica visión retrospectiva de lo que nos ha llevado hasta hoy, que unge el zietgeist de nostalgia y lo mancha de tradición falseada.

El trabajo de músicos como Burial y los discos electrónicos de Ulver, el fetichismo vintage de rango bajo en las últimas producciones del cine independiente, la rancia épica de lo infraordinario impresa a prácticamente toda la literatura actual, el repunte de lo pulp, la proliferación de la estética hipster y exitosas aplicaciones como Instagram, parecen confirmar que, sí, el espectro de todo lo que de algún modo fue, sigue siendo aún, aunque utópico y sólo conocido de segundas, al acecho en el momento entre que uno nota una presencia a sus espaldas y el momento en que se gira para comprobar que no hay nada ahí.

Pero este fantasma recorriendo y embrujando a su paso el territorio del ahora no es más que otra ficción; en el peor de los casos, además, una ficción perniciosa que lo único que indica es un severo y bien asimilado complejo de inferioridad, un agachar la cabeza porque nuestra capacidad de abstracción ha sido convenientemente limitada a bien terribles escenarios apocalípticos, bien al eterno hastío de la repetición infinita de ciclos y errores, mientras que en los míticos “viejos tiempos” que el efecto rebote hauntológico nos proporciona, da la impresión de que todo lo que se tenía por delante eran posibilidades. Este espectro menospreciador convierte el relato futurológico probable en un cuento gótico de ánimas semióticas cubiertas con sábanas agujereadas, agazapadas en las esquinas oscuras del día a día y armando tanto jaleo con sus pirotécnicas manifestaciones poltergeist (“Lo Neo-Pulp Triunfa”, “Vive la Historia en tu Retrovisor”, “Una, Grande y Hipster”…) que no nos deja prestar atención a lo que, por contemporáneos y potenciales habitantes del futuro, nos corresponde.

Para disrupcionar a este espíritu penitente de la narrativa, deshacernos de tal ancla coercitiva, tenemos dos opciones. La más fácil e inmediata es echar a correr, huir hacia delante a ciegas, articulando nuestra propia versión del enésimo episodio de Scooby-Doo hasta que, por accidente, logremos levantar la sábana y comprobar que debajo no hay un ente sobrenatural de motivos incognoscibles, sino un rostro humano con meridianas intenciones especuladoras o arribistas. Esto, sin embargo, representaría sólo un alivio momentáneo, una pequeña victoria para entretener la espera hasta el próximo caso de encantamiento, cuando de nuevo ejecutemos la pantomima del quedarnos quietos cuando lo que realmente se mueve es el fondo animado del contexto, confiando en que la solución al enigma nos venga dada otra vez.

Otra solución, la que efectivamente puede modificar de forma brusca el paradigma, es ejercer de Cazafantasmas: analizar y localizar al aparecido, capturarlo y reciclarlo invirtiendo la polaridad de su figurada carga ectoplásmica negativa en nuestro beneficio. Aprovechando que el consciente colectivo acepta de buen grado la fantasmagoría, formulemos espectros que viajen atrás en el tiempo, que vengan del futuro, de la hipótesis, y nos muestren qué aspecto podría tener éste, que nos guíen de forma aproximativa allí.

La ubicuidad de la Realidad Aumentada será un hecho cotidiano en cuestión de un par de años, y la mejor herramienta de exorcismo con la que podríamos contar. Al adquirir la capacidad de relacionarnos con el entorno de forma no exclusivamente materialista, una novísima horda de fantasmas, mucho más íntimos y menos figurativos, poblarán nuestro presente continuo y, si tomamos la responsabilidad y les inculcamos nuestro connatural deseo de evolucionar, barrerán sin atisbo de remordimiento a las apolilladas, torpes, cargantes y caducadas entidades idealizadas que nos rondan, porque ahora ese rondarnos se lo permitiremos a ellos. En nuestras gafas de realidad aumentada o nuestras viseras de membrana, un chef virtual estará con nosotros en la cocina, proporcionándonos un tutorial en primera persona de la receta que hemos escogido hoy, haciendo del acto de cocinar un videojuego; retocaremos la paleta del cielo porque el color que luce hoy no se adecua a nuestro estado de ánimo, o lo sustituiremos por un pase de diapositivas del cielo bajo el que pasaremos las próximas vacaciones o de las últimas instantáneas del cielo de Marte tomadas por la Mars Rover; nuestra asistente de navegación nos acompañará cada día al trabajo, dándonos conversación a base de extrapolar los comentarios y las impresiones de otros usuarios sobre determinada noticia o tema que nos interese ahora mismo; pondremos a bailar sólo para nosotros, en el andén del metro o sobre la barra del bar, a nuestras strippers retocadas para parecer alienígenas y cyborgs y antropomorfas formas de luz sicalíptica; esos amigos que tienen un banda de rock de vanguardia enteramente virtual, programada para parecer dioses anime de la música del futuro, ensayarán a distancia su nueva canción en nuestro comedor y aceptarán comentarios a tiempo real y recibirán al instante nuestra respuesta cognitiva a la pieza…

Con la sobreimpresión a la realidad física de lo que de verdad nos es útil, o simplemente apetecible, aquí y ahora, pondremos fin a esa malsana forma moderna de luto, dejaremos de llorar al muerto que nunca estuvo realmente vivo más que para los mismos que subvencionan la pamplina ouija de la inflación de acciones vintage. Con nuestros novísimo espectros de propio cuño desabrochándonos el horrendo vestido de abuela que nos han vendido como si de alta costura se tratase, recuperaremos la maravilla del pensar hacia delante, de vivir al día mientras se vive en pasado mañana, en un estado ciencia-ficcional e infinito que nos devuelva la excitación de un porvenir y, por qué no, el derecho a que todo esté aún por hacer.

Pin It

Related Posts

Leave a Reply