DICE

by • March 10, 2017 • Notas desde aquí abajoComments (0)2360

Por J. M. Morón 

A estas alturas no representa ninguna novedad, no vamos a engañarnos. Una comedia protagonizada por un cómico interpretando una versión solo levemente modificada de sí mismo, un vistazo a la persona tras el personaje, desde el Larry David de Curb your enthousiasm hasta Louis CK, esta idea ya ha sido explotada varias veces. Son productos relativamente baratos de producir y relativamente sencillos de amortizar, la apuesta no es demasiado arriesgada, por lo que los protagonistas suelen tener manga ancha. Suelen ser productos al menos en apariencia bastante libres, y su interés suele tener bastante relación con lo interesante que sea el cómico en cuestión. Así que si no va a sorprender por el formato, ¿es el cómico tras Dice (Showtime, 2016) lo suficientemente brillante i/o interesante como para sostener una serie? ¿Quién carajo es Andrew Dice Clay? ¿Por qué nos suena la cara de ese tipo?

Saltemos en el tiempo. Vayamos a la segunda edición de un reality show norteamericano, uno de esos en los que viejas glorias hacen el tonto en televisión, sombras de lo que un día fueron. El presentador dice algo y todos esos famosos venidos a menos callan y miran al suelo. Todos menos uno, que se revuelve inquieto y le suelta al presentador algo que podría resumirse con un “eh, imbécil, respeta. Puede que no estemos en nuestro mejor momento, pero todos aquí hemos trabajado y conseguido cosas. Este a mi lado ganó la NBA. Yo llenaba estadios. ¿Qué has hecho tú, aparte de ser rico? ¿Qúe cojones has hecho tú en la vida? Nada, tú solo eres el puto Donny Trump.”. Lo que le valió el honor de ser el primer concursante expulsado de la historia del reality show de Donald Trump. Ninguna novedad reseñable, años antes le habían vetado de por vida en la MTV, sus mismos compañeros de profesión habían saboteado su participación en el Saturday Night Live, había abandonado el plató de la CNN en medio de una entrevista y varios desplantes más. Una cosa está clara: Andrew Dice Clay no es el mejor del mundo haciendo amigos. No lo era ni siquiera en sus mejores momentos. En esos tiempos solo era, en sus propias palabras, el Campeón Universal Incontestable de los Pesos Pesados de la Comedia. El tipo más gracioso del mundo. Otra cosa que Andrew Dice Clay lleva fatal es la humildad. Pero claro…

Si volvemos a saltar en el tiempo, más atrás, hasta finales de los ochenta y principios de los noventa, el tipo tenía motivos para pensar así. Tras unos años intentando establecerse como actor, decidió probar suerte en el mundo de la stand up comedy, y siete minutos de Dice en un especial de la HBO bastaron para convertirle en una estrella. Siete minutos de poemas cerdos recitados casi como un rap, de chistes que comenzaban “pues me estaban chupando la p…”, con dos “fuck” cada tres palabras y el lenguaje más ofensivo imaginable, un derroche totalmente gratuíto de “bitch”, “nigger”, “assholes” y lindezas varias demencialmente elaboradas acompañadas de un festival de poses molonas y una gestualidad desatada. Definitivamente, si algo había en el polo opuesto de lo que podemos entender como “humor inteligente” tenía que ser esto. Nada de fino humor con cohartada. Chistes chuscos, rimas zafias y ofensas muy graves hacia casi cualquier colectivo imaginable. Y un carisma de otro planeta y una capacidad de generar risas exagerada, cosa que no está nada mal si uno se dedica a la comedia.

Dos años después estaba llenando estadios, y sus actuaciones se asemejaban más a un concierto de hard rock que a un espectáculo cómico al uso. Groupies chillando, gente coreando a gritos los chistes, Dice cada vez más salvaje, más chabacano, más endiosado y más invencible, pese a que ya eran más que habituales las protestas de todo tipo de colectivos, con todo tipo de acusaciones por ofensas varias. Acusaciones de misoginia, homofobia, racismo… Cualquier cosa que se os ocurra. Dice se había convertido en el tipo al que adoramos odiar. Pero a él le daba igual. Había conseguido lo que nadie, llenart dos noches seguidas el Madison. Tenía una película potente en cartera. Vendía millones de discos. Sus apariciones en tv marcaban audiencias millonarias. Era una estrella del rock, y respondía a esos ataques y acusaciones a la manera de una estrella del rock de la época, a la manera en que responderían a los ataques las estrellas del hip hop pocos años más tarde: Radicalizando su postura, elevando el nivel de agresividad del show y con ello enemistandose prácticamente con el mundo entero. Seguramente habría sido más conveniente para él pisar el freno y explicar la diferencia entre la persona y el personaje, que es la que hay entre la realidad y la ficción, pero Dice era más de embestir con todo que de reflexionar. 

Si el ascenso a la popularidad masiva había sido rápido, la caída en desgracia lo fue aún más. Las noches del Madison fueron épicas, pero cuando se estrenó su película, Las Aventuras de Ford Fairlane (el detective rocanrolero) fue un fracaso en taquilla, pero su estatus de película de culto no se lo quita nadie. Sobre todo en España, donde el espectacular doblaje de Pablo Carbonell caló hondo. Quien no ha recitado alguna vez aquella mítica “Tanto gilipollas… y tan pocas balas”… La película no era gran cosas, seamos sinceros, pero Dice lo bordaba. El problema era que habían cambiado los tiempos. Llegaba el grunge, con lo que el paradigma de la estrella del rock vacilón y rodeado de groupies quedó desfasado. En los noventa las estrellas del rock tenían que ser como Eddie Vedder, pensar todo el rato en cosas serias y profundas, preocuparse por los problemas del mundo, ser vegetarianos, pedir la libertad del Tibet y ser muy respetuosos con el medio ambiente. No había sitio para chistes de pedos y pollas. Mejor dicho, ya no estaba bien visto reír según qué gracias. Y lo obcecado de Dice no ayudó para nada. Los siguientes diez o quince años de su vida los resume él mismo diciendo “Trabajé realmente duro para joder mi carrera. Una vez lo hube conseguido, me apliqué a joder mi matrimonio, y tras eso jodí todo el resto de mi vida”.

Adiós mansiones en Beberly Hills, hola apartamentos de mala muerte, problemas personales, vetos profesionales en practicamente todas partes e infiernos varios. Triste final para Dice, que tuvo que buscarse la vida actuando en antros, protagonizando engendros de serie Z e, incluso, participando en reality shows protagonizados por Donald Trump, un antiguo conocido del barrio (Brooklyn) que, lo que son las cosas, con un discurso prácticamente calcado al de Dice, solo que creyendo en serio lo que dice, ha llegado a presidente de los EEUU. Lo que de alguna manera serviría como demostración empírica de esa tesis del cómico español Ignatius Farray que afirma que hay cosas que no se pueden decir en clave de humor porque “resultan ofensivas” mientras que son socialmente aceptadas si son dichas en serio. Dicho de otro modo, un personaje ficticio explicando chistes misóginos, homófobos o racistas (aunque en el caso de Dice esto sería debatible, lo suyo tiene más que ver con el gañanismo y la chorrada burra que con la discriminación, a nuestro modo de ver. Aunque tampoco estamos aquí para disculparle.) es inaceptable, mientras que una actitud misógina, un discurso homófobo o abiertamente racista, si es REAL, puede llevarte a la casa blanca. Lo cual implica necesariamente que o bien la doctrina de lo políticamente correcto no funciona, o bien está dirigiendo sus dardos hacia donde menos últil es. Pero estamos desvariando, volvamos a Dice.

Porque es toda una historia, un ascenso a los cielos del humor meteórica y una caída en desgracia más meteórica todavía. Lo único que faltaría para convertirla en material de biopic épico de Hollywood sería la resurrección, la reconquista de la gloria. Y ahí entra Dice (la serie), que llega tras tres o cuatro años de apariciones esporádicas en productos “de prestigio”, algo que el viejo Dice no habría soñado jamás. Un papel de cierto peso en la última temporada de la popular Entourage (El séquito), interpretándose a sí mismo, un secundario en una de Woody allen (Blue Jasmine), una aparición brutal en el episodio piloto de Vinyl, un derroche de carisma salvaje y lo mejor del capítulo… Señales de vida, ya con los vetos levantados y un poco la sensación de a lo mejor se fue un poco injusto con Dice en su día.

Así que aquí tenemos al viejo Andrew Dice Clay de nuevo, en un formato con predicamento (el cómico que explica su día a día más mundano), que le permite libertad de acción, con el que tratar de recuperar parte del brillo perdido. El Dice de 2017 es bastante más amable que el de 1989. No es que se haya suavizado, es un Dice al que la vida (y los límites del humor, y lo políticamente correcto) ha atropellado y machacado, pero que ha conseguido levantarse. Es un Dice al que se han añadido capas. Ya no es solo un gañán que dice burradas, ahora es un tipo consciente de que tal vez no siempre su interpretación de las cosas sea la adecuada (tal vez no resulte del todo adecuado comenzar un discurso en una boda gay diciendo “Chicos, no tenéis ni idea de lo feliz que me hace saber que por fin dos tios fantásticos como vosotros habéis encontrado la polla que vais a querer comeros durante todo el resto de vuestras vidas”.), pero el fondo es el correcto. La serie juega a la comedia por vergüenza ajena un poco a la manera de Larry David, deja al viejo Dice tomar el control en dosis controladas, y añade reflexiones más o menos serias (aunque casi siempre graciosas) sobre las similitudes o diferencias entre Andrew y Dice, como se mezclan y relacionan entre sí creador y creación. Temas serios debidamente adornados con los clásicos chistes sobre felaciones.
Aunque no llegue a la altura de Louis CK o Larry David, Dice ha gustado por aquí abajo, el carisma sigue ahí, la actitud aparece cuando debe y tiene al menos un capítulo memorable (Ego, con la colaboración del Adrian Brody más gracioso de la historia), y todos los capítulos tienen al menos un momento de genio. De momento son seis episodios, de algo menos de media hora, y la segunda temporada ha comenzado a producirse esta misma semana. La maniobra de resurrección sigue en marcha, y aquí abajo nos alegramos. Un mundo con Andrew Dice Clay tal vez no sea un mundo mejor, pero sí uno bastante más gracioso.

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